PLANO DEL BARCO

Captura 1

En realidad lo de «plano del barco» es sólo una profecía autoincumplida. En el navío (del que desconozco todavía el nombre) nada se encuentra donde se supone que debería.

De hecho, todas las mañanas, bajo la atenta supervisión del contramaestre, la marinería apareja la carga entre el puente, el sollado y, si acaso, en la sentina. Pero a pesar de distribuir adecuadamente las barricas y los bultos y sujetar bien las piezas artilleras, al amanecer la obcecación de las Fuerzas del Océano triunfa aflojando la carga por las cubiertas.

La travesía es penosa por las tormentas y la mala mar. Fuertes vientos huracanados alternan con periodos de calma chicha exasperante, en largas jornadas en las que no se ve otra cosa que el negro/gris del mar y el gris/negro del cielo.

Para colmo el silencio de la noche no solo se interrumpe por los golpes de olas, velas y jarcias. El capitán combate su insomnio entregándose a arrancar sonidos a su violín; que alcanzan exasperantes todos los rincones del desgraciado buque.

Y la tripulación a pesar de la buena voluntad que manifiesta -a veces acalorada en exceso- no destaca por su experiencia, al revés. Tampoco los oficiales son necesariamente escrupulosos. Bastante hacen con resistirse al sueño -no siempre con éxito- en las guardias y en mantener una sana competencia para ver quien se gana los favores del capitán.

Todo eso hace que casi nada ni nadie esté en su sitio cuando se precisa. Salvo el capitán, del que se conoce una larga trayectoria profesional, y al que encontraremos siempre en el alcázar, bien provisto de ron. Hombre discreto -a la búsqueda de la familiaridad con los oficiales y subalternos- mantiene la bebida en tazas de barro distribuidas por la estancia, al resguardo de miradas impertinentes.

A la marinería -en lugar de ocuparla en desplegar y tensar adecuadamente las velas y en atender a las mil cuestiones que requiere la navegación- se la entretiene formando en cubierta a toda hora, bien pasando lista, bien comprobando que nada falte en el inventario de la carga o del utillaje.  Un estremecimiento de júbilo atraviesa el navío desde la punta del palo de mesana hasta la quilla cuando concluye una de estas inútiles disposiciones. Y es que el capitán, si el esfuerzo le resulta satisfactorio, lo recompensa ordenando, con voz pastosa, el reparto de una ración extra del garrafón.

Comprenderéis que todo lo anterior es a modo de excusa. Así que, avezado intruso que asomas tu nariz por esta web (lo de participativa es para engañar), no te maravilles de encontrar todo trastocado en cada visita. Si hay alguna culpa es por este orden: de las Malvadas Fuerzas de los Océanos, del Borracho del Capitán y de sus Ineptos Oficiales. Y, por último, de la Enloquecida Tripulación. De todos menos mía.

y ahora, baja a la sentina…

15 ENERO 2014