ABBAYE DE FONTEVRAUD

02.02.2014

Busqué en internet y la Prisión de Fontevraud es ahora la Abbaye de Fontevraud con su hotel, sus restaurantes, sus tiendas de souvenirs y su museo. Muy bonita. Muy turística. Por lo visto han recuperado asépticamente la maqueta inicial (en las fotos de los años 30 solo están las grandes naves).


Esta sería la siniestra puerta de medio punto de entrada a la prisión que describe Genet al inicio del libro:

2
entrada principal al complejo turístico
3
Vista general en la actualidad
5

La prisión en los años 30. ¡Ni rastro de las otras naves!

EL RELATO

Llegada hasta nosotros como una de las ciudades monásticas más vastas que nos hubiera legado la Edad Media, la Abadía de Fontevraud es conocida tanto por su grandeza como por la fuerza de su historia. La abadía de Fontevraud, una de las más grandes de Europa, está situada en el noroeste de Francia (Maine-et-Loire).

Fundada en 1101 por Robert d’ Arbrissel (1047-1117), predicador ambulante de origen bretón que establece en la ciudad de Fontevraud su comunidad. Robert d’Arbrissel hace del lugar un ideal para los valores de su época: exaltación de la fe y culto a la Virgen, para hombres y mujeres, ricos o pobres, nobles y réprobos en una vida comunitaria dedicada a Dios, la oración y el trabajo, en el silencio y la pobreza. La particularidad de la abadía fue de acoger a la vez a hombres y mujeres en conventos separados. Y desde su fundación es gobernada exclusivamente por abadesas.

En España contó con dos prioratos: el de San María de la Vega del Cea, próximoa Mayorga, Valladolid, incorporado en 1125, bajo los auspicios de la infanta Sancha, hermana de Alfonso VII, y Santa María de la Vega, próximo a Oviedo, fundación de Gontrodo Pérez, la dama asturiana con quien tuvo Alfonso VII a Urraca, «reina» de Asturias.

Para hacernos una idea de la presencia de la abadía en la historia de Francia (y de Inglaterra), señalemos que en su recinto se encuentran (o lo que quede de ellos) los sepulcros de Enrique II (1133-1189), de su esposa Leonor de Aquitania (¡la Gran Leonor de Aquitania!, 1122-1204) y de su hijo Ricardo Corazón de León (1157-1199), además de Isabel de Angulema (1188-1246), esposa de Juan sin Tierra.

Cuando La Revolución la abadía fue amenazada de destrucción pero su reconversión en cárcel evitó esta catástrofe. El 2 de noviembre de 1789, los bienes del clero han sido declarados bienes nacionales. Las monjas evacuaron la abadía en otoño de 1792.


Julie d’Antin, la última abadesa, la dejó el 25 de septiembre de del mismo año, muriendo pobre y secularizada tiempo después en Paris.

El 18 de octubre de 1804, Napoleón firma un decreto que transforma la abadía en establecimiento penitenciario, al igual que Clairvaux y el monte San-Michel. Esto los salva de la ruina, contrariamente a lo que pasó por ejemplo con Cluny o Jumièges.

Inicialmente prevista para para recibir 700 presos, llegó a tener hasta 1.600 en el periodo de la ocupación alemana (de ellos 350 mujeres y 100 niños).

Para los presos las condiciones de detención eran particularmente difíciles. Fontevraud estuvo considerado como la central penitenciaria más dura de Francia.

Jean Genet (1910-1986), escribirá en su libro: El milagro de la rosa: “De todas las centrales de Francia, Fontevraud es el más inquietante. Es la que me dio la impresión más fuerte de desamparo y de desolación”.

Los primeros presos llegan en 1814. Seiscientos detenidos vienen para reparar sus faltas ocupando la naves carcelarias que reemplazan a las salas de oraciones. Los presos dormían en los pisos, es decir en los antiguos dormitorios comunes de las monjas.

La idea de conversión de la abadía en cárcel fue la de Napoleón Bonaparte (1769-1821). Decidió transformarla en prisión para la creación de talleres con mano de obra barata…

La prisión era conocida como la prisión «de las mil puertas y ventanas «, por las numerosas evasiones. En lo que se llamaba las «jaulas de gallina», encerraban a los presos violentos que no podían contenerse.

presos en un acto carcelario

La ciudad penitenciaria cierra sus puertas en 1963 y los últimos detenidos dejaron Fontevraud en 1985.


El alma del lugar, los rastros de la abadía- prisión y su historia se pierden para dar cabida en la actualidad a un parque temático turístico de fin de semana.
En todas partes cuecen habas y en Francia a calderadas.


02.02.2014

HOMENAJE A MADRID

24.11.2017 – tiempo: 7′

— Perdone… ¿cómo dice?
— No, que echo de menos viajar como viajaba antes.
— Pero… se le ve bien, ¿qué se lo impide?

No estoy familiarizado con Madrid; me he movido más por Cataluña. Llegué para tomar el autobús del Inserso, y cuando aquella mañana salía de Atocha hacia Méndez Álvaro todavía faltaban un par de horas. Llegaría a rastras con mi maleta de ruedecitas y quería coger, con tiempo, el autobús.

Donde la acera de la estación se ensancha, podía preguntarle a la señora del perrito sin estorbar el paso.

— Por favor, la estación Méndez Álvaro?

La señora del perrito me indicó que tomase la calle a la izquierda. Pero se produjo un giro. Manteniendo la cabeza en alto, suspiró y dijo:
— ¡Ay!, ¡si yo pudiera!
— Perdone… ¿cómo dice?
— No, que echo de menos viajar como viajaba antes.
— Pero… ¿qué se lo impide?, se le ve bien.
— Es que le veo con la maleta y no puedo evitarlo, ¡lo echo tanto de menos!

Aparqué lo de Méndez Álvaro y me centré en lo que me decía.
— Ya, pero perdone, Ud. no tiene mal aspecto.
— ¿No puede viajar?
— No me lo impide nada.
— Entonces, ¿por qué no lo hace?

Ya te digo. Tenía que tomar el autobús para la excursión a Extremadura y no quería perderlo. Pero se abrió una plática imprevista.
Estábamos en medio de la acera. Ella con el perrito, y yo con la maleta de ruedas. Dejando a un lado mis prisas, y la maleta, le pregunté.

— Pero por qué precisamente a ella. ¿Te llamó algo la atención?
— Nada, nada. La recuerdo en medio la acera. Alta, grande, de unos 70 años. Con un abrigo para el invierno de Madrid, ceñido. Eso sí, con cuello de pelo animal, como antiguamente.
Bien vestida, con el perrito, podría parecer un personaje de una novela, de finales del XIX, escapado a dar una vuelta por Atocha.

— Entonces, ¿por qué no lo hace?
La señora titubeaba, yo aguardaba intrigado.
— Los viajes que hacía ya no los puedo hacer.
— Perdone, ¿pero por qué dice eso?
Yo seguía intrigado y ella seguía titubeando. A ver.

— Es que –y miró alrededor…
— ¿?
— Yo fui la gobernanta del rey.
— Y claro, los viajes que hacía ya no pueden ser.
— …
— Estoy jubilada

De la muchas confidencias inesperadas que me han hecho, esta me sorprendió. No tenía con la desconocida señora ninguna relación, no nos conocíamos… desconfiado miré alrededor; ¿estarían grabando?

Y empezaron a fluir -yo percibía su necesidad a medida que hablaba- sus sentimientos de su vida pasada, que la desbordaban, liberados.

«Entré a trabajar con don Juan Carlos a los 17 años; teníamos la misma edad. Yo llevaba así recogido el pelo, a los lados. Por eso él siempre me llamaba “coletas”: “coletas”, esto; “coletas”, lo otro…
Aunque aún no era rey yo le llamaba “majestad”. Así lo dejaba claro, cuando no aún estaba decidido y habían moscones que pretendían el trono.
Me ocupaba de sus cosas, de su ropa. Le atendía personalmente. Más adelante fui su gobernanta…»

«Al rey, quien lo quería de verdad era el caudillo; su padre no. Don Juan nunca perdonó que se lo saltase. Y Franco se ocupó del príncipe -de Juanito-, y de sus estudios. Como un padre.
Un día le regaló una moto, la primera. Una Honda negra, preciosa. El príncipe se puso muy contento: Coletas, mira, ¡qué bonita! Anda, ¡vente a probarla!
Era así de alegre.
— Pero, ¡majestad!, ¿ahora?, ¿así como voy?
— No te preocupes. Ponte el casco y agárrate.»

«Nos fuimos carretera arriba, yo detrás, agarrada; era verano y hacía calor. Al pasar por Navas del Marqués paró frente la piscina municipal para darse un chapuzón.
— Pero ¡señor!, ¡si no lleva bañador!
— No te preocupes.»

«Se quitó la ropa, -quedó ante mi tal como vino al mundo-, echó a correr y se lanzó al agua.
Nada más tirarse, desnudo, fueron a por él los monitores; pero claro, en cuanto sacó la cabeza y vieron quién era se quedaron de piedra.
Para cuando salió del baño ya le tenía preparada una toalla. Y mientras se secaba expresaba la felicidad del día, del chapuzón y de la moto nueva. Era siempre así.»

«A doña Sofía no la nombraba. ¿Ha llegado la extranjera? ¿está la extranjera en casa?
Un día fuimos de compras. Se había echado de novia a una canaria, casada, muy guapa y simpática que venía a Madrid a verle. Íbamos por los pasillos de El Corte Inglés, ellos delante, y yo, con las compras, un paso atrás.
En eso que aparece por el frente doña Sofía acompañada de la duquesa del Infantado, el conde de Mayalde y varias más.
Nos quedamos de piedra, y Dª Sofía va y le dice a la canaria:
— Tú, puta, largo de aquí -y encarándose a don Juan Carlos:
— Y tú, Juanito, no quiero ver más a esa puta y que sepas que esto no va a quedar así. Hoy hablaré al caudillo y que haga sucesor a tu primo.
A mí, que estaba muerta de miedo, me mandó inmediatamente a palacio.»

EL PRINCIPE EN UNA VISITA A LA VIRGEN DE LOS DESAMPARADOS – VALENCIA

— Lo que dices está bien pero no tiene sentido que te lo esté contando en la calle, por las buenas, una desconocida.
— Cierto, por eso desconfié. Miré a ver si lo estaban grabando. Pero no era eso. La señora no me lo contaba a mí: mantenia la cabeza alta, hablaba mirando al cielo. Necesitaba dejarlo salir.

Por eso me atreví y le dije cariñosamente:
— Me deja asombrado. Pero -y la miré con respeto- en esa época Ud. tendría unos 18 o 20 años; alta, delgada… bueno, algún requiebro le echaría el príncipe… como poco…

La respuesta fue rápida:
«– ¡Ah!, ¡no!, ¡de eso nada!, en esas cosas el rey es un caballero… esas cosas, las dejaba para fuera de casa… no mezclaba…»


Terminaba la conversación o perdía mi autobús. Dª Ana tenía la hija, abogado del estado, trabajando en el despacho de Rato. No le gustaba lo que veía y se lo quería dejar.

Me despedí cortésmente quedando en visitarla alguna vez.
No lo hice.

Ana V. M. gobernanta del rey – 27.03.2013

Madrid, 22/11/1975. Proclamación de Juan Carlos I como Rey de España.