20.07.2021 – 7
Las olas se deshacían al alcanzar la orilla. Era por la tarde y la playa y el sol carecían de fuerza. Tampoco se veía a nadie. El conjunto -las hamacas tiradas en la arena, el balneario a contraluz, y los árboles, en el sendero hacia la carretera- tenía una sensación solemne y extraña. Por la soledad. Por el silencio. Por la absurda sensación de placidez.
Montado en el caballo pude distinguir el cenador acristalado que se adentraba en el mar, y en el que tanta veces había estado el año pasado con Julia. Era lo único que advertía de la destrucción: en las ventanas faltaban cristales, y el remate del pabellón estaba roto. Pero, desde la distancia no se notaba. Mandé parar.
Julia me proponía, en aquellas tardes de apariencia ordenada -que nos permitían disimular, delante de nuestros padres, noches extenuantes– dejar la fábrica de botones y montar juntos el despacho de abogados.
La mirada se le iluminaba mientras nuestras manos jugaban. El sudor y la excitación dejaban en su piel un brillo de deseo.
– y en Turín, y en Milán, están abriendo empresas nuevas, con cosas modernas… ¡automóviles! Buscan como locos a abogados jóvenes. Podemos montar el despacho; tendrá éxito. Y te dedicarás a lo que te apasiona; en lugar de quedarte a la sombra de tu padre, en un negocio que está muerto.
– …¿qué me dices… ? –me preguntaba, mirándome expectante a los ojos, con la respiración entrecortada…
Antes de ordenar bajar de los caballos, envié a dos hombres a inspeccionar el edificio. Podía acercarme al pueblo y averiguar a dónde se había marchado. Me aflojé la guerrera:
– dejar los caballos con agua y pienso y luego buscar en el balneario dónde acomodaros. Seguro que os va a gustar. Me encontraréis en el cenador, aquel, el de la orilla. Hoy no saldré.