14.06.2021
–– Algo se mueve…
–– ¡Por allí!
–– ¿Cabo, qué es…?, aquella sombra…
–– ¡Es un hombre…!, caminando…
–– La va a liar…
–– Y ¡qué coño hace un paisano en el área de demolición!, ¿cómo ha llegado, el cabrón?–– explota el cabo.
Al alba nos encontramos frente al pico La Mezquita, sobre el barranco de Las Acicheras. Vamos a dinamitar un promontorio rocoso que impide la continuación del viaducto.
El topógrafo lo enfoca con el esteroscopio:
–– Un anciano…; paseando…; recoge hierbas…, y esas cosas…
–– ¡Eeehhee! ¡señooor!, ¡aléjeseee!
El cabo comenta que la zona lleva acordonada dos semanas, y los accesos cortados. Coge el megáfono y le grita. Pero el hombre sigue con sus saltitos; indiferente a las advertencias.
Todos se miraron:
– ¡Es sordo! ¿y ahora qué?
La ladera está a un par de kilómetros, pero el barranco es insalvable.
–– Y… ¿no hay forma de avisarle?–– dice el ingeniero.
A lo lejos, el hombrecillo sigue entre las chumberas.
–– A ver, Murcia, venga p’acá–– manda el guardia civil al número.
–– Hazle disparos de advertencia al condenado, a ver si se entera…
Murcia era un guardia civil enjuto, austero, conciso en palabras. Desmontó, tranquilo, el máuser del hombro, miró al hombre, y dispuso el arma en posición de tiro.
El silencio era absoluto. Todos mirando alternativamente al guardia civil y a la figurita del paisano, en la montaña.
El topógrafo, amarrado al visor, va contando: …sigue bajando; da saltitos…; se acerca a una planta, se agacha a cogerla…; le salpica la mano un puñao de gravas; se para, no, mete la planta en el morral, y sigue…; otros guijarros le saltan…; se dirige a unas matas, arranca un trozo… uhff!…
…miró a su alrededor y continuó, tranquilo. Nubecillas de arena se le anticipaban. Descubrió, cerca, otra hermosa planta de manzanilla. Hacia allá fue; como guiado por surtidores de polvo.
Era una planta frondosa. Al agacharse a recogerla la planta estalló. Retiró instintivamente la mano. Las piedras del siguiente disparo le salpicaron la cara…
El hombre se irguió vivamente. A continuación miró hacia los lados. Cuando volvió, lentamente, la vista hacia su planta destrozada, otra bala de Murcia levantó una polvareda… quedó rígido, con la cabeza tensada en dirección nuestra. A pesar del perceptible temblor de piernas, estaba bloqueado.
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–– Y, al final, ¿qué pasó?, ¿se fue el hombre?–– le pregunté al número Murcia, sentados aquella tarde calurosa, a la puerta de la casa cuartel de Villanueva de Los Corralicos.
–– Nada, hubo que ir a por él. Las piernas no le obedecían.