22.09.2018
La expulsión de los moriscos en 1609 fue un desastre de consecuencias imprevistas.
Los moriscos eran los moros bautizados, de forma voluntaria u obligatoria, tras la orden de los Reyes Católicos de 1502.
Estaban bien integrados en Castilla, en poblaciones de fuero real (realengos dependientes de la corona, sin obligaciones agobiantes). Mientras los cristianos cultivaban el cereal, ellos se dedicaban a la artesanía y a los oficios (albañiles, carpinteros, zapateros, barberos, venta ambulante…).
En Aragón, Andalucía, Murcia y Valencia, cultivaban principalmente las tierras del secano mediterráneo (al interior), con una agricultura diversificada (almendros, olivos, algarrobos, vid, frutales…).
Teniendo en cuenta que el territorio medieval contaba con su población vinculada, se alcanzará su máximo aprovechamiento; abancalando las laderas montañosas y haciendo cultivables pequeñas cuñas, en zonas secas o de acceso difícil.
Y también eran irreemplazables en las huertas y cultivos de arroz o caña de azucar, de las zonas costeras.
Componían una minoría versátil -sin llegar al medio millón- acostumbrada a todos los trabajos. Su adaptación al terreno iba acompañada del despliegue por alquerías y aldeas, con sus asentamientos familiares.
En las zonas pobladas alcanzaban mayor integración (habla, costumbres, forma de vestir…) pero no así en las retiradas.
Sobre el colectivo existían prohibiciones (como la difícil de verificar de acercarse al mar; o de mantener la esclavitud del periodo musulmán), y con el tiempo llegarán a constituir comunidades prósperas, con destacadas fortunas personales.
En ocasiones se posicionaban singularmente en las disputas entre los señores territoriales.
Y algunos se bautizaron como «cristianos nuevos«, dando lugar a especulaciones populares sobre la práctica de ritos ocultos.
Como vemos, constituían un colectivo peculiar, formando un tejido social característico, repartidos por toda la geografía, y que además de episodios de conflictividad, aportaban laboriosidad y un contraste muy vivo respecto a la cultura mayoritaria.
Y esta laboriosidad y adaptabilidad se manifestaba hasta en la compra, por comunidades moriscas, de tierras libres para su explotación.
El conflicto. A raíz de las exigencias tributarias de los señores de conquista andaluces, y el rechazo y protestas de la población morisca, se llegó a situaciones límite. Se produjeron revueltas campesinas, con interrupción de los caminos, bandolerismo e inseguridad. Y se temía que la fuerte inestabilidad fuera aprovechada por el rey francés o por los berberiscos para invadir España.
Al mismo tiempo, suponía un descrédito para la Monarquía que abanderaba la defensa del catolicismo en Occidente.
Todo ello dio lugar a que el Rey Felipe III ordenase la expulsión, aconsejado por el Duque de Lerma(con interés particular). Obviando las consecuencias negativas de la dispersión ordenada años antes (1570, 300.000) por Felipe II en Granada.
Sin contradecir la decisión política (se hacían fuertes en terrenos inexpugnables, no acatando la autoridad real, o rechazando integrarse, etc…), las consecuencias de la expulsión no solo afectaron al interior de Aragón, Valencia o Andalucía. También a los regadíos de Valencia, Murcia o la Alpujarra. Para la ciudad de Valencia, fue la ruina.
La expulsión vino a completar el mapa de lo que actualmente llamamos España vacía. A las grandes extensiones del secano mesetario, en declive a partir del siglo XV, se agregarán, en el siglo XVII, las tierras interiores de los reinos de Aragón, Valencia, Murcia y Andalucía.
La nobleza valenciana cuando se percató del desastre intentó inutilmente paralizarla.
Se abandonarán los cultivos, en terrenos complicados a donde ningún cristiano quisiera ir, lo que contribuirá a la erosión y desertificación progresiva del territorio.
Y a los cultivos les seguirán fincas, dominios monásticos, palacios y comarcas enteras.
Supuso el descalabro económico y una importante pérdida de población para los reinos de Valencia (33%), Aragón (20%) y Murcia, así como para otros muchos señoríos de las tierras secas.
La expulsión, en cifras:
Valencia 117.464 (33% de la población total)
Aragón 60.818
Cataluña 3.716
Castilla y Extremadura 44.625
Murcia 13.552
Andalucía occidental 29.939
Granada 2.026
EXPULSADOS 270.140 – 300.000, de una población total morisca de 350.000
La operación salió mal. En los señores feudales, principalmente andaluces, subyacía la idea de rescatar las tierras para cederlas a nuevos colonos, a cambio de mayores tributos.
Al alterarse el equilibrio secular (territorio – población) las expectativas fracasaron. Se ocuparon las tierras más ricas, abandonando el resto, dando lugar a baldíos y tierras yermas.
Pero la organización territorial e institucional continuará igual. Los señores, empobrecidos, se replegarán a las cabeceras comarcales, manteniendo su rango e influencia social.
Los efectos en el tiempo de la expulsión tendrán mucho que ver con la decadencia española de los siglos XVII, XVIII y XIX. Y el abandono y la decadencia se harán más evidentes en el mapa del interior peninsular.
De todas formas, y con todas las salvedades, la medida fue ineludible; de ahí que se desviara en beneficio particular.
En los procesos de consolidación de los Estados nacionales, la represión aplicada sobre los moriscos es comparable a la llevada a cabo en Francia contra los cátaros (s. XIII), o los templarios (siglo XIV)… La existencia de poderes (temporales) de origen no territorial, no tenía cabida en el marco mental de la época, interpretándose como una amenaza.
La población morisca que continuó quedó diezmada y desprovista de sus estatus como comunidad. Muchos de los expulsados retornaron, a Castilla, Valencia o Murcia. Los que sobrevivieron al expolio que padecieron al desembarcar en la berbería (luego del que padecieron aquí), se instalaron en el magreb o Turquía.