DE PAYOS Y GITANOS. CUENTO MORAL

21.03.2018 – 6′

A los protagonistas de este cuento (tanto a Paco, como a Rafael y Helena) se les presenta una situación hasta ahora desconocida para ellos. Cuando más tarde se vuelva a repetir sabrán cómo proceder.


Había oscurecido y llovía ligeramente cuando Paco salía de trabajar. El limpia de Frankfurt rondaba por la acera con la caja bajo el brazo y se acercó a ofrecerle, machacón, su servicio.
– ¿limpia señorito? ¡se los dejo como espejos!
Esa tarde apenas había movimiento por la Gran Vía y la escasa luz venía de los neones de las cafeterías.
A la segunda vez que le tomó del brazo, Paco se lo sacudió. Con tan mala fortuna que resbaló y cayó en un charco.
Mirándolo desde el suelo mientras recogía la caja desparramada el gitano le maldijo: – me cago en tus muertos. Me la pagarás.

No le dio más importancia y lo olvidó. Pero, por las tardes, al salir del trabajo creyó que le seguían. Se intranquilizó. El peor insulto que puede hacer un gitano es mentar los muertos.

Y era invierno y no se veía gente por la calle…
Y había poca luz…
Empezó a inquietarse y a dormir mal…

Preocupado, buscó ayuda y le dijeron que fuese a ver al rey de los gitanos.
– pero ¿eso existe?
– su hijo es el barrista de Suesba. Le cuentas qué ocurre y a ver que te dice. Y no te olvides de tener un detalle con el patriarca. Yo te acompaño. 

Hablamos de Valencia a principios de la Transición. En la zona de Cánovas se desenvuelven dos conocidos hermanos gitanos, grandotes, y apreciados en su oficio de limpiabotas.
En la cafetería Suesba -la primera cafetería con barra americana, en la calle San Vicente-  se toma el mejor café exprés. Funciona con el esquema de las cafeterías Barrachina: un encargado, generalmente mayor, controla desde un extremo la caja y el servicio. Y en la barra un camarero, muy profesional y serio, te pone un magnífico café. Es el hijo del Rey de los Gitanos.

Paco le contó lo que había pasado y la inquietud que le traía.
– señorito, se lo comentaré a mi padre. Aguarde unos días y no se preocupe.

Y esperó a ver.

Una tarde al salir del despacho estaba el limpia apostado impaciente frente al portal. Trajeado, con la camisa blanca abrochada al cuello y una sonrisa de oreja a oreja. Y con la caja bajo el brazo. Deshaciéndose en reverencias:
– buenas, señorito,  que sepa usted que nada tiene que preocuparse. Con un servidor no va a tener ningún problema.
– estoy a su disposición para cualquier cosa. Lo que necesite.
Y le tendió la mano:
– ¡venga! señorito! ¡se los dejo como espejos! ¡que hoy se lo hago gratis!

De manera sencilla Paco encontró solución a su problema. Es más, al cabo de un tiempo volvió a recurrir al rey de los gitanos. Un grupo de transhumantes acampaba con remolques y caravanas por la Fonteta de San Luís, en una campa de un tío paterno. Al poco, desalojaron dejándolo limpio y en condiciones.


La historia de Rafael y Helena es diferente. Habían ayudado en un accidente a un conductor de una furgoneta que se salió de la carretera. Más tarde pasaron varias veces por el hospital a interesarse.
Fueron presentados a la numerosa familia que le acompañaba a todas horas en la habitación. Y siempre llevando algún pequeño detalle. La satisfacción del accidentado, conforme se recuperaba, era manifiesta. Y así se lo hizo saber al matrimonio.
– ustedes sei buena gente
Y de ahí que, cuando le dieron el alta los invitasen a la celebración que hicieron en su casa.
– yo y mi familia os estamos agradecidos, ustedes sei payos de respeto. Don Rafael, quiero que seamos compadres.
Y como compadre Rafael apadrinó la comunión del hijo del gitano.

Fue Helena la primera que lo dijo.
– Hay que hacer algo y corresponder. Estamos quedando como unos gorrones.
Pasando de dar explicaciones habían omitido decir que tenían dos hijos. Y respecto al trabajo, viajaban mucho, apenas paraban por Valencia.


También en este cuento sus protagonistas encuentran solución a la situación desconocida y, como en el anterior, pasado un tiempo volverá a presentarse su recuerdo.

Alquilaron un piso amueblado. Pusieron ropa vieja y enseres por los armarios. Escogieron fotografías impersonales que distribuyeron por las habitaciones. Acudió su compadre con su extensa familia y pasaron todos un día  memorable.

Y Rafael y Helena se olvidaron del tema.


Es verano. Rafael está a la fresca a la puerta de su casa de Siete Aguas. Huyendo del calor, bajo un árbol, se concentra en la lectura de El Pais.  Momentáneamente algo le desconcentra. Un ruido lejano, un petardeo, unas voces.
Por el camino asfaltado que sube serpenteando hacia la casa, entre pinos y montículos, se oye intermitente el carraspeo del motor.
A continuación presta atención al megáfono: “SEÑORA ¡EL MELONERO! ¡EL MELONERO! LOS MEJORES MELONES A BUEN PRECIO…
En una curva próxima aparece y desaparece, renqueante, la furgoneta.
El megáfono se oye cada vez más fuerte: “¡EL MELONERO!”.
En la siguiente despunta brevemente su compadre conduciendo la DKW

Rafael no lo dudó. En un momento la furgoneta iba a aparecer frente a él. Haría el ridículo corriendo hacia la casa.
Abrió el tabloide y se lo encasquetó en la cabeza. La DKW pasó petardeando y se perdió en la urbanización.

El sonido del megáfono aún continuó un rato…

21.03.2018

2 opiniones en “DE PAYOS Y GITANOS. CUENTO MORAL”

  1. Dos anécdotas muy interesantes.
    Me gusta más la primera.
    Creo que el primer payo encara la situación mas de frente, con valentía.
    El segundo lo hace mas de soslayo, con cierta malicia.
    Pero los dos salvan la situación con muy buenas tablas.

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